Por: Ricardo Vírhuez Villafane*
1. EL MITO
El mito surge con la humanidad. Es el primer intento del hombre para explicar y comprender el mundo. Nace antes de la ciencia, la religión, la filosofía y las artes, pero lleva en su seno los gérmenes de todas ellas y, más adelante, miles y miles de años después, les da vida. El mito, es por ello, una forma precientífica de conocimiento. Ese es su lugar preciso y por esa razón corresponde sólo a ciertos modelos de sociedad y a determinadas etapas de su desarrollo. Es el primer intento del hombre para aprehender vitalmente un mundo ajeno a él, a veces generoso y otras destructivo, y a veces para comprenderse a sí mismo. No apareced aún la escisión racionalista sujeto-objeto y ningún otro conocimiento posee autonomía. Poco a poco, según como va surgiento la división del trabajo, algunas disciplinas se independizan nebulosamente del mito: la magia, la religión, las artes, las ciencias, van adquiriendo contorno propio. Lo mismo ocurre con la literatura: ella es primeramente, durante miles de años, literatura oral, y abandona del mito muchos de sus contenidos médicos, musicales, danzísticos y religiosos, aunque, por el uso de la gesticulación, el canto y las onomatopeyas, mantiene una estrecha relación con el teatro. El mito es ante todo fe, creencia directa en lo sobrenatural, miedo ante lo desconocido, sorpresa y pavor frente a los hechos espectaculares de la naturaleza que no comprende. Es la etapa primitiva del hombre, cuando aún su lenguaje y sus modos de sobrevivencia son torpes y balbuceantes. Durante milenios reina el mito, y con las conquistas técnicas humanas va enriqueciéndose y sistematizándose, a través de la palabra, el conocimiento del mundo. Al verse enfrentado por la realidad cambiante y por los mismos hombres, y al emerger tímidamente las primeras tentativas del conocimiento científico, el mito omnipresente se diluye. Pero no sucumbe en su totalidad. Se refugia en sus propias creaturas, como la religión, la magia o la literatura, y allí, enfrentada por formas de conocimiento superiores, expira lentamente. La literatura oral que sobrevive no refleja, pues, al mito, sino sólo su cadáver. En cambio sí vive pertinazmente en la religión y en la magia fenómenos anticientíficos que aún sobreviven como retazos de nuestros antepasados primitivos. Si bien la mayor´´ia de científicos coloca al mito como padre de la religión y la magia, algunos hermanan sus orígenes. Es decir consideran que el mito se enfrenta solo a determinada necesidad, la de explicar y organizar la vida y el mundo, mientras que la magia y religión se enfrentan a la angustia y temor de lo desconocido. Por tanto, dicen, son fenómenos paralelos. Sin embargo, esta explicación olvida la historicidad del pensamiento –sea mítico o filosófico- y el hecho de que, en sus comienzos, también el mito le hacía frente a lo sobrenatural. Por esta razón además es imposible denominar correctamente como mito a toda creencia u ocurrencia idealista contemporánea. Se habla del mito del eterno retorno, de los mitos del capitalismo o del socialismo, del mito de la modernidad y la postmodernidad, etc. La significación objetiva del concepto de mito se ha perdido y, en cambio, se ha transformado en simple sinónimo de utopía, irreal, absurdo, ilógico y hasta falso. El mito es en la actualidad la metáfora de la mentira. En los primeros tiempos de la vida humana, en cambio, el mito era la imagen de la verdad. ‘Existe el mito en nuestros días, por ejemplo, en los pueblos indígenas o en los llamados pueblos primitivos de Australia y África? Los estudios científicos nos indican que no. Y esto es muy sencillo de explicar. En primer lugar, el hombre primitivo – el vefrdadreramente primitivo- desapareció hace muchísimos miles de años. Las técnicas y modos de vida arcaicos de algunos pueblos pertenecen, comparativamente, a sociedades más desarrolladas, más cercanas a las nuestras. Si no descubrimos la rueda o no se les ocurrió la escritura, se adecuaron en compensación al difícil medio geográfico y su supervivencia revela una inmensa victoria. Cientos de altas culturas desaparecieron con los siglos, pero ellos (los llamados pueblos atrasados) sobrevivieron. Modernos estudios científicos han descubierto que poseen costumbres e ideas muy complejas. Incluso en algunos aspectos de organización social y familiar y en no pocas denominaciones lingüísticas superan en complejidad a nuestra cultura occidental. La existencia de instituciones mágicas, horticultores, cerámicas, textiles, entre otras, demuestra que el mito hace mucho que se batió en retirada.
2. MITO O LITERATURA
¿Por qué muchos estudiosos de los pueblos nativos, entre ellos antropólogos, lingüistas, religiosos y sociólogos, aún llaman mitos a la copiosa y bella literatura indígena? Existen varias razones. La más notoria es la menos seria: etnocentrismo. Pero no se trata ya de un etnocentrismo brutal a la ,manera de los viejos colonizadores, sino de un estado mental que les viene desde la infancia. La fantasía del cristianismo o de otras religiones, los relatos de ciencia ficción y de las autodenominadas ciencias ocultas gozan de mayor prestigio y creatividad que las narraciones míticas. Al no comprenderlas, las desdeñamos. Pero la realidad tiene sus propias formas de hacernos ver claro. Por ejemplo, hablemos de los cocamas. Su filiación lingüística los hace desprenderse de l os tupí-guaraní, y éstos, a su vez, de grupos étnicos más antiguos provenientes probablemente de la isla de Marajó (desembocadura del Amazonas) y con anterioridad de lguna inmigración asiática. Si pensamos en los miles de años de recorrido y los comparamos con las actuales narraciones cocamas, descubriremos que éstas no nos dicen nada de los tiempos más remotos sino, apenas, del pasado reciente. Además, sus relatos orales contemporáneos obedecen a un modo de explicación adecuado a sus conquistas técnicas. Son los cazadores y horticultores quienes, partiendo de ese estatus, explican el mundo. La actual literatura oral cocama (casi perdida por el mestizaje) es distinta a la que fue en sus primeras migraciones al Huallaga. ¿Y los relatos más antiguos, cercanos a la etapa mítica y primitiva? Se perdieron para siempre. O, en el mejor de los casos, están fundidos en la actual literatura tupí-guaraní peruana, brasileña y paraguaya. Por eso dijimos que estas expresiones orales son, en primer lugar, literatura. Por su contenido o su temática puede ser fantástica, realista o mítica. Hablñar de relatos míticos (y no de “mitos”) significa referirse a relatos cuyos contenidos son míticos. No todas las narraciones orales indígenas poseen contenido mítico. Existen, además temas humorísticos (las más numerosas), de aventuras, fantásticas, guerreras, etc., que nos indican la creciente autonomía de la literatura. Algunas poseen la concisión del cuento moderno. Observemos sino este cuento asháninca:
Un niño quiso coger a la luna para convertirlo en su collar. Pero la luna se dio cuenta. Cogió al niño e hizo de él un bonito collar.
No son pocos los estudiosos de la literatura que han incluido al mito ya no como una forma de pensamiento primitivo, sino como una especie de literatura, junto al cuento, la leyenda, la fábula o la poesía. Pero esta clasificación no está del todo clara. Si el mito como especie literaria pertenece sólo a los pueblos “atrasados” que quieren explicarse al mundo, entonces el etnocentrismo y subjetivismo permanecen. ¿Un escritor moderno puede escribir mitos? Si la clasificación del mito como especie literaria fuese exclusivamente de carácter literario, la respuesta sería afirmativa. Existirían cuentos y novelas míticas. J. M. Arguedas, Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier pertenecerían no a lo real-maravilloso o al realismo mágico, sino a la literatura mítica. Pero no es así. El prejuicio antropológico sigue pesando sobre la especialidad literaria y con ello, el etnocentrismo cultural.
3. LITERATURA ORAL
Las características de la literatura oral primitiva (con el tiempo logra desarrollar sus propios recursos e innovadoras técnicas) son, aparte de ser oral o hablada, las de ser pública, anónima, colectiva, mosaico de lo general (la visión histórica del mito, los acontecimientos pasados, los valores éticos, etc.) con lo particular (donde se incluyen los hechos contemporáneos, las nuevas historias, lo sucesos de los individuos vivos), de modo que esta literatura oral es dinámica, cambiante, actualizada –pero fundida con la tradición- y de múltiples versiones. El narrador cuenta y actúa (teatraliza) al mismo tiempo, mientras el público se deja seducir, celebra, protesta y se emociona con la ficción. La relativa autonomía de la literatura oral se perfecciona, también, con la aceptación pública de determinados narradores (que se especializan mediante técnicas intuitivo-racionales de contar) y el rechazo a otros. No todos son narradorews, sino unos cuantos. Es decir, existe ya una sensibilidad estética entre público y narrador que prueba incontrovertiblemente su carácter literario y artístico. La novela El Hablador de Mario Vargas Llosa no hace más que confirmar este hecho. Las historias narradas forman un abanico increíble de temas, que pueden ser agrupadas según los subgéneros o especies literarias actuales: fantásticas, eróticas, guerreras, religiosas, místicas, de aventuras, costumbristas, históricas, etc. Todas son cortas y fragmentadas, y están adecuadas a las necesidades específicas de la oralidad. El público acepta estas historias como ficción y no, como en los tiempos míticos, como realidad. La prueba está en que sus propias historias reconocen la antigüedad de determinados acontecimientos fantásticos y los presentan como algo lejano y hasta con irreverencia y burla. Y también, en que la vida diaria y las relaciones sociales son distintas a lo narrado. Es obvio que si estas narraciones fuesen mitos y no literatura, los hombres vivirían determinados por ellos y no, como ocurre en realidad, con evidente independencia. Sin embargo, esta independencia es relativa. Está atravesado por ciento grado de religiosidad que puede confundir nuestra percepción. Si el aguaruna goza con los relatos de Nunkui, el héroe cultural femenino que les enseñó a labrar la tierra, nada les impide encomendarse a ella al momento del sembrío o durante la cosecha. No es superstición ni señal de primitivismo o magia, sino simple religiosidad, a igual que los cristianos al adorar la cruz, rezar al cielo o arrodillarse en el templo. El concepto de literatura oral (y con él sus características) es tan amplio que su campo de acción resulta ilimitado. No sólo los pueblos indígenas o los pueblos ágrafos en general producen literatura oral. También los hacen los pueblos mestizos de la ribera, a quienes pertenecen en realidad la ficción del yacuruna, el chullachaqui, el bufeo colorado, el ayapullito, el tunchi y otros seres fantásticos. Y la literatura oral se crea asimismo en las ciudades. Lo que pasa es que está tan poco estudiada y menos sistematizada, que es casi una realidad desconocida. Los relatos orales de los pueblos indígenas han sido y aún son recopilados por diversos estudiosos, pero la ausencia de una taxonomía literaria ocasiona el olvido de aspectos importantes, como la creación actual (y no la tradicional) de los jóvenes narradores. No todo es repetición y transmisión. También hay novedades. Lo mismo ocurre en los pueblos mestizos ribereños. De ellos conoce sólo su bestiario de bufeos y chullachaquis, pero se olvida su origen europeo. Tanto el yacuruna (sirenas masculinas) como el chullachaqui (gnomo, duende o sátiro) tienen su origen en europa, aunque han desarrollado en la selva algunas peculiaridades propias. Lo mismo ocurre con el tunchi (alma en pena eminentemente católico) y otros espíritus emparentados con la imagen herbívora del diablo judeo-cristiano.
4. DE EUROPA A LA AMAZONÍA
Los personajes fantásticos europeos fueron trasladados a América con la colonia y principalmente con la religión católica, que, como sabemos, es más superstición que religión. Muchísimos sers mágicos llegaron el el stock de importaciones coloniales. Dios, diablo, almas en pena, condenados, monjes sin cabeza, tunchis y chullachaquis, en fin, buena parte de la mitología europea. Estos personajes se asentaron en zonas geográficas amplias o reducidas. Algunos desaparecierón y otros tuvieron más éxito. El chullachaqui, por ejemplo, puede rastrearse (con otros nombres) en Brasil, Paraguay y Venezuela, y sus aventuras se cuentan en casi todos los pueblos ribereños de la selva. Pero curiosamente, en ningún pueblo indígena. Con el auge del reginalismo lortano y la moda ecológica, la mayoría de escritores loretanos se lanzó a “salvar” la cultura regional mediante la creación de lo que denominaban “mitos y leyendas”. Lla marón “al reencuentro con lo mágico” y se embebieron de borracheras con ayahuasca, toé, hongos y cientos de solicitudes de subvención a las empresas públicas y privadas para mantener su actitud salvadora. Este optimismo tuvo eco en la apática intelectualidad iquiteña. En lugar de desbrozar y esclarecer la vida social loretana, la encubrieron de anécdotas mágicas y personajes fantásticos. Roger Rumrril decretó que la Amazonía era esencialmente mágica, y cuando enduvo resentido con las avaras autoridades locales declaró que el símbolo de la Amazonía era la prostituta. Otros escritores como Arnaldo Panaifo, Orlando Casanova, Carlos Fuller, Eleazar Haunsi y muchos más, dieron vida a plantas, animales y seres fantásticosen defensas de la naturaleza y contra el hombre, por considerarlo el causante de todos los males. Pero la desinformación sobre el tema medioambiental era tan grande que aún podemos leer en sus libros su llamada a “proteger la ecología”, sin distinguir a la ciencia de la naturaleza que debiera protegerse. De modo que la última narrativa amazónica está poblada de animales y plantas humanizadas y de un discurso torpemente ecológico. La literatura escrita está estancada y empobrecida por esta falta de siceridad, y los escritores no se han sentido tocados por la realidad social que les muerde a diario con tanta miseria, delincuencia y demagogia. Para el ecritor amazónico de hoy s desprenden dos caminos: escapar de la realidad o encubrirla. La mayoría a elegido ambos a la vez.
5. EJEMPLO PARA NO RECORDAR
Cuando Germán Lequerica publicó El Soplador y el Tigre, supimos que había aparecido uno de los peores cuentos de la Amazonía Peruana. Pero su cuento el Soplador y el Chullachaqui, una especie de continuación del primero, lo supera en la comprobada ambición de falsear la realidad. En él un indígena va de caza y se encuentra con el chullachaqui, quien le riñe por andar agrediendo la naturaleza. El indígena vuelve a su casa llevando una pequeña presa, la que finalmente se vuelve palo por la astucia y la magia del chullachaqui. Este personaje (exitoso inmigrante católico) ha abandonado su simbología diabólica y se presenta como el protector de la naturaleza. El indígena, en cambio que ha demostrado durante cientos de años que sabe convivir equilibradamente con su medio, es presentado como el agresor, el depredador. En pocas palabras, se pinta la historia al revés, tal y como lo hicieron los salvajes misioneros, caucheros y militares, y no se dice una palabra de las grandes empresas petroleras y madereras que deforestan y contamina aceleradamente la selva, ni de la agresión constante y etnocida hacia los pueblos indígenas. Si bien la crítica literaria no necesariamente realiza una lectura directa y comprobativa de la realidad y la ficción, en esta caso si es necesaria por el objetivo social y antropológico de su autor. Este es un ejemplo de literatura para no recordar, es cierto, pero cuánta irresponsabilidad en el tratamiento ecológico, cuánta desinformación y superficialidad para defender los recursos naturales. Los escritores mucho que aprender de los narradores orales indígenas. Su imaginación, su humor, su valiente resistencia. Y, principalmente, su sinceridad en la defensa de la amazonía.
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*El presente, Mito y Literatura en la Amazonía, es una crítica literaria de Ricardo Vírhuez Villafante, joven escritor autor de la novela amazónica El Periodista (1996) que en su momento concitó dura crítica y el tiempo da la razón de su denuncia, el poemario Voces (1998) y el libro de cuentos amazónicos El Olor del Agua (2000), de una excepcional ironía.
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